jueves, 8 de octubre de 2009

EDITORIAL: SIGUIENTE ESTACIÓN

Es, entonces, el momento de leer a Oscar Hahn:


Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro
y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos
y la perdieron para siempre entre la multitud
Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por la estaciones
y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles
Y quizás el amor no es más que eso:
una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro
y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre.


Es aquél gusano naranja, el monstruo subterráneo, quien dicta los estilos de vida y las situaciones más peculiares en un mundo distinto al de la superficie. Un mundo donde la estabilidad emocional se frunce a causa de las faltas de respeto y los apretujones de sudorosos cuerpos, un mundo en el que la sexualidad es mero instinto, un trámite forzoso para delimitar las exageraciones de la inhibición, un tren del pecado… un transbordador del placer.

Mirando los cientos de rostros cruzando y danzando frente aquellas marmoleadas paredes, los pisos grises y mugrosos de los campos de concentración mexicanos donde mujeres, niños, ancianos y demás ser humano son capaces de romper las reglas de la física y fundirse en sudor y lágrimas junto a decenas de cuerpos en dos o tres metros cuadrados.

Gire su cabeza, apreciable lector, observe entre aquellos tubos de aluminio y asientos verde limón; critique un mundo tan usual como espeluznante; grite, ría, llore y enfurézcase con las vidas redundantes al metropolitano. Siguiente estación… Praxis Blog.


Juan Mendoza
-Jefe de Información

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