Eran cerca de las once y media de la noche del sábado, tomé mi chamarra, mientras todos dormían salí de mi casa y subí a mi auto, sabía que era mejor caminar, pero a esas horas no hay como la seguridad de tu propio auto, en fin, arranqué y salí de mi casa rumbo a las zonas más transitadas en busca de sexo pagado, tomé Circunvalación hasta la Merced, pasé por Fray Servando pero seguí mi camino hasta que la calle se convirtió en Chapultepec y de ahí tomé como rumbo Sullivan, me formé en la fila de autos que pasamos frente a ese improvisado aparador, el camellón del parque, bajé mi vidrio y observé a esas esculturales putas, seguí derecho y después de dar unas cuantas vueltas por el Metro Hidalgo y sus alrededores, regresé al Monumento a la Madre y cerca de la una de la mañana estacioné el carro y comencé a caminar, caminaba sobre Sullivan y unos metros después de Miguel Schultz la vi, ahí estaba ella, cuando iba pasando la miré de reojo y ella volteó para hacerme su oferta, ¿vamos? Son cuatrocientos para ti con todo y hotel.
Usaba un vestido morado que apenas le cubría la tanga que llevaba puesta descubriendo sus piernas esculturales, como deben ser, y con un escote que dejaba ver sus prominentes y redondos senos tras esa ligera tela semitransparente. Interesado me acerco y le comento por qué estoy ahí en realidad, sin creerme del todo me dice que una entrevista no se hace desnudos y en un hotel, le insisto que estoy ahí para platicar con ella un poco y conocer su mundo, después de repetirle que es una entrevista que estará en Internet, accede sin antes ofrecerle un café.
Camino al Vip’s que está un tanto adelante, me dice que le llaman Flor y que por increíble que parezca resulta que tiene veinticuatro años, justo antes de entrar se detiene un poco y voltea a verme insegura, y un tanto pensativa sube lentamente el primer escalón, en ese momento le ofrezco mi brazo para llegar hasta arriba, un poco temerosa estira su brazo y para mi sorpresa toma mi mano, así llegamos hasta la puerta, ante la que nos abrimos paso, y en cuanto entramos el sonido de sus tacones irrumpe en la tranquilidad del restaurante, de manera apresurada, el gerente se acerca y nos ofrece una mesa, mientras esperamos el café me cuenta que no tiene más estudio que la preparatoria a medias, porque nunca pudo terminarla.
Cuando le pregunto por su familia esboza una nostálgica y decepcionada sonrisa, “mi familia” dice suspirando, comenta que de niña vivió en Santa María la Ribera, su padre era chofer, trabajaba todo el día y siempre llegaba tarde, pero a pesar de eso les dedicaba un poco de tiempo, su madre murió en un accidente cuando era pequeña, y su tía cuidaba de ella y de su hermano, cuenta que su papá trabajaba en la desaparecida Ruta 100, dice con los ojos llenos de lágrimas que ahí entregó su vida, me cuenta que un día en un asalto al camión le dieron un balazo y murió cuando ella tenía apenas 7 años, “nos fuimos a vivir con mi tía” dice con cierta desesperación. Me mira fijamente y me dice “no sabes que daría por regresar el tiempo” dice que el esposo de su tía, se la vivía tomando y que ella tenía que atenderlo a él y a sus amigos.
Me pide que salgamos a caminar, supongo que se siente incómoda por la forma en que la mira la gente, accedo a su petición y salimos para caminar sobre Insurgentes y luego por Reforma, mientras caminamos me cuenta que a los doce años tuvo su primer novio, Ramón, que era un par de años más grande que ella, “afortunadamente mataron al maldito” dice llena de rabia, me cuenta que en una fiesta antes de cumplir catorce años se emborrachó con Ramón y un par de amigos que aprovecharon la oportunidad para violarla.
Unos meses después, con el dinero que había ahorrado de trabajar empacando en el Aurrera de Buenavista, y atendiendo una tienda todas las tardes, se escapó con su hermano, una señora les ofreció donde vivir a cambio de trabajar para ella, “teníamos que limpiar su casa y a cambio nos daba de comer, nos dejaba dormir en un cuarto y nos mandaba a la escuela”, cuando se enteró que había reprobado un año en la prepa la hecho a la calle junto con su hermano, me cuenta decepcionada.
“Cada mes tenía que pagar dos mil pesos de renta por un cuarto feo ahí por la U.V.M.” me cuenta que atendía una farmacia y que ganaba lo suficiente para pagar la renta pero no para vivir bien, dice que un día comprando lo que le alcanzaba de comida una chica muy arreglada la escuchó quejarse de su falta de dinero “se me acercó y me dijo, que si la invitaba a mi casa ella me platicaba como ganar mucho trabajando poco” me cuenta que platicaron un par de horas en su casa y que le dijo que como puta iba a ganar mucho muy rápido, que de todos modos si quería ganar más tenía que coger con alguien. “al otro día hablé con mi jefe, le pedí un aumento y me pidió las nalgas”.
Me cuenta que el día que habló con su jefe le fue a preguntar a su nueva amiga cuánto ganaba, y cuando le dijo que ganaba de cuatro a cinco mil pesos a la semana pensó “si de todos modos las voy a aflojar más vale que sea bien” dice que buscó una falda y una blusa bien escotada, se cambió y se fue a buscar a su amiga, “y desde ese día rento mi cuerpo”.
Mientras caminamos por Río Marne me cuenta: “una vez a un tipo que no quería pagar, le pateé los huevos y le quité el dinero” dice que es la única vez que ha tenido un problema con un cliente, cuando le pregunte si se había enamorado de un cliente me responde que ella se prohibió enamorarse, pero que si ha tenido clientes que le prometen una vida llena de lujos y comodidades sí se casa con ellos, pero asegura que esa vida no es para ella, acepta que sólo recuerda a un cliente que tenía su misma edad “me cogió como nadie lo ha hecho nunca” pero jamás regresó.
Después de cruzar el parque, llegamos a donde la vi por primera vez, se pone gloss, se levanta el vestido y se reacomoda el escote, se para frente a mí y sin decir una palabra me aprieta las manos, “gracias por el desahogo, me hacía falta, ahora nunca serás mi cliente, me daría pena ahora que conoces mi historia, ya sabes que aquí tienes una amiga, sólo que nunca para coger”, se da la vuelta y camina hasta aquélla banqueta en espera de un cliente que pida su servicio.

René Ramírez
- Reportero